Imagina por un momento a un grupo de constructores en la antigüedad levantando un templo o un gran palacio. Entre piedras enormes y estructuras pesadas, había un aliado silencioso que hacía posible esas maravillas: el polín.
En aquel entonces, los polines de madera eran usados como soportes temporales. Servían para apuntalar techos, sostener muros y hasta para ayudar a mover grandes bloques de piedra. Su papel no era glamuroso, pero sin ellos, las construcciones habrían sido imposibles.
Con el paso de los siglos, la tecnología cambió, llegaron nuevos materiales y técnicas, pero el polín nunca desapareció. De hecho, se adaptó. Hoy en día lo encontramos en bodegas, casas, edificios y hasta en pequeñas obras domésticas. Su función sigue siendo la misma: dar soporte y seguridad durante el proceso de construcción.
Lo curioso es que, aunque la modernidad ha traído acero, concreto y maquinaria avanzada, el polín de madera sigue estando presente. Es confiable, accesible y versátil. De alguna manera, es un puente entre la sabiduría constructiva de nuestros antepasados y las necesidades actuales.
Así que la próxima vez que veas un polín en una obra, recuerda: no es solo un pedazo de madera. Es parte de una tradición milenaria que nos acompaña desde los templos antiguos hasta los edificios modernos.